jueves, 5 de abril de 2012

No sabíamos lo que perdimos hasta que lo fuimos a perder.

Una vez la Argentina fue a la guerra. Y fue con todo lo que tenía adentro. Con Astiz, con ATC, con la CGT, con la Jotapé, con Hernán Figueroa Reyes, con nuestro chamamecito maceta, con la flora y fauna del litoral. En un avión negro fuimos con Monzón Napalm. Fuimos con las monjas del Ministerio de Bienestar Social. Todos juntos. Torturador y torturado, y los indiferentes millones que ni la vieron ni la dejaron de ver. Fuimos con las tías de Perlongher y con los peines de las tías de Perlongher y con Perlongher y fuimos para que Fogwill se quede escribiendo Los Pichiciegos. Fuimos con todo lo que teníamos. Fuimos con el grupo de tareas 3.3 y con la donación de sangre de los presos políticos no aceptada por el jefe del servicio penitenciario, ¡pero no aceptada con lágrimas en los ojos!, y fuimos con el Fondo Patriótico, la recaudación donde volvían a tocar los artistas del exilio, y con las operaciones truncas de esa relación cableada del montomasserismo en sus yates del Mediterráneo, cuando trocaron Paraná Guazú por Senna. Fuimos con todo, con el correntino en balsa que era el tataranieto del gaucho Rivero según el revisionismo de avenida Figueroa Alcorta. El comandante Tramontina. Fuimos con todo lo que teníamos adentro. Con Giacchino, de quien la leyenda dice que entró como se entraba al departamentito clandestino en Caballito de un militante del PST, del PRT: pateando la puerta, pero también fuimos con el militante que quiso ir a una guerra de verdad porque nadie se quiere perder una guerra de verdad en un país de mentira, peeeeero, compañeros, nos dicen que el camarada Giacchino entró como se entra a algo que queda en la calle Pedro Goyena y del otro lado de la cortina de hierro que corrió había un ejército de verdad y una bala dorada de la OTAN. ¿Quién se quiere perder una guerra de verdad en el país de la guerra sucia, de la guerra popular y prolongada o de la guerra psicológica? Marchemos a la guerra. Todos. ¿Malvinas era el amor de todo el síndrome de Estocolmo que había en esos años desplegado en trincheras? ¿Trincheras de amor? Los chocolates Jack. ¿No llegan? Que lleguen. El tubby 3 y tubby 4. La trova rosarina. Que llegue. Todos los clichés: el chocolate, los chicos, la radio, el extraño mundo de jack. Cuántas cosas que nunca pisamos sentimos nuestras. La educación malvinera es un abrazo a la ausencia y sobre eso se construye nacionalidad: entonces, ¿qué vamos a tener cuando las recuperemos? ¿Seremos más libres? ¿Esa vez sí, y para siempre, iremos por las cloacas o la vivienda social, o cualquiera de las cosas que se nombran en la “deuda interna” de este lado de la raya? ¿Cuántas Malvinas ya tenemos fronteras adentro: hermosas islas vírgenes que esperan la pisada de la civilización argentina? Generaciones y generaciones educadas mirando al sur. ¿Censo 1982: 28 millones de tipos escuchando Wagner? ¿Censo 1983: 28 millones de tipos escuchando Víctor Heredia? ¿Somos polacos o invadimos Polonia? Valientes, vuelos al ras del mar, voluntarios de sociedad de fomento y la minoría de siempre de los que ya la veían… fuimos con todo adentro, con todo pegado al Gran Talón Argentino. (Y ahora, ¿oís? ¿No es como si se levantaran todos los soldados en esa nube de tierra para decir exactamente y al unísono la gran consigna nacional: la concha de tu madre?) Fuimos a representar nuestro papel en el mundo, nuestro amateurismo y saña, nuestra risa con el agua en los pies, y un coraje “a lo correntino” que no alcanza, que nunca alcanza, o que alcanza sólo para ser un poco más libres por momentos, para huir hacia adelante a veces también. ¿Y si ganábamos? No importa la dictadura, la que se iba a caer como todo consenso y orden cae. Pero… ¿y si ganábamos? ¿Quién se iba a mudar allá? ¿Quién se entregaba a un desarraigo nuevo si hasta daba fiaca Viedma? ¿Pero, y si ganábamos, si una vez ganábamos una guerra, una guerra regular, una guerra con todas las letras, una guerra con firma de rendición y todo? ¿Qué venía después? ¿Quién nos paraba si ganábamos? Argentina y su guerra mental mientras extendemos el campo de la paz, del orden, la administración. Guerra de la mente: se libra “más allá del tiempo”, en nuestras imaginaciones fascistas, sérpicas, frepasistas, allá, corriéndonos a ojotazos por el campo viejo y lleno de ceniza de la única guerra real que libramos y perdimos y ¡menos mal que perdimos, compañeros! Malvinas: inventamos un lugar donde vamos a ser de nuevo, a hacer todo de nuevo, a empezar de nuevo. Malvinas como una isla virgen de argentinidad. ¿Y si las dejamos en paz a las hermanitas perdidas? Pero Malvinas es la guerra en la que podíamos haber tenido el final, toda la locura en marcha cantando canciones del ERP, las canciones salesianas, canciones de armónica y colimba, barro, tal vez, “los chicos de la guerra” pero también “los chicos de la guerrilla”, porque hasta hace treinta años para toooodo el mundo la adolescencia terminaba antes. Para la colimba montonera o guevarista tampoco había edad. Peregrinación Juvenil a Pie a Luján en Malvinas: cada uno convertido en madre en socorro de esos de 18. Ay, se hacen hombres en nuestros brazos mientras “derraman sangre”. I don’t want to be a soldier. La sangre derramada nace para ser negociada. Vandorismo y ADN. ¿Y si Malvinas era la última oportunidad de la reconciliación nacional? Loco volvamos. Llevemos en andas a medio mundo. Al desfile de ancianos que vegetan por los estrados de Comodoro Py. A los que contaron seiscientas veces lo que les pasó. Vamos con todo adentro. A una guerra se va con todo lo que tenés adentro. Marchemos. Esa no la vio Galtieri: había que mandar a todos. ¿Querés ir? Andá. Aunque sea servís sopa en las trincheras. Calentás el mate. Robledo Puch quería ir. ¡Y mandalo, viejo! ¿Para qué lo queremos 45 años secando la yerba al sol? Al Bambino, a Fantino, a los hermanos Irazusta. Porque una guerra es un lugar excelente para volverse útil, una arandela de una máquina que tiene que funcionar, darwinismo de raje: “¿para qué servís? – ok, andá”. ¿Los montoneros querían ir? Hubieran ido. Los mandás. Chau. Reconciliación. ¿Qué iban a hacer? Cruzado por las balas, ¿qué te pasó, Pepe?- le preguntan. Nada, dice. Como un boludo crucé la línea con la pava gritando ‘sargento, sargento, ya está el agua’. Y está acostado contra la pared de una cocina de campaña, con un tiro en medio de la frente del que cada diez o veinte segundos sale un chorrito de sangre guasa.

Por : Martín Rodríguez.



Un historion contado desde otra perspectiva , voladon de capocha!!!!