El recuerdo de esa tarde es difuso. Pero en un momento, Vicente Solano Lima, vicepresidente electo luego de que la fórmula peronista encabezada por Héctor José Cámpora ganara las elecciones con el 49,56% de los votos, culminando así con casi dos décadas de proscripción efectiva y desatando una intensa y anhelada primavera política en la República Argentina, se estiró un poquito el pantalón a la altura de las rodillas, subió las escaleras hasta el escenario del Club Argentinos Juniors y tomó el micrófono. A su espalda, estaban Diego Villanueva, Alejandro Marassi y Claudio Ravecca, respectivamente batería, bajo y guitarra de La Banda del Oeste, un trío que del flower power de la época había decidido pisar el flower y empoderarse con un blues crudo y distorsionado. Adelante, en el campo, estaban las columnas de la JP; a sus costados, algunas caras conocidas como la de Nito Mestre o Raúl Porchetto. A todos, Solano Lima los arengó con un discurso liviano. “Haremos esta transformación pacíficamente o por la fuerza de nuestras armas”, bramó. El público respondió con una estrofa que cifraba la melodía sentimental de la época: Luchemos por la patria / Luchemos por Perón / Los pibes y los viejos / Un sólo corazón.
Mientras tanto, La Banda esperaba. Querían tocar. Se habían formado tiempo atrás en una propuesta antagónica a los cánones del rock. “Eramos un grupo callejero, menos presentables que Almendra, pero más presentables que el autista de Tanguito”, definiría años después Villanueva. No entendían muy bien cómo pero esa tarde su fe los había depositado sobre el escenario. Ya habían tocado varias veces para el Padre Mugica y ahora creían que el triunfo de Cámpora podía terminar de una vez por todas con la cultura represora. Así que ahí estaban: un trío “anti-hippie”, esperando para tocar un blues aguerrido. Era el 31 de marzo de 1973 y esas pocas horas marcaban las primeras en las que el rock argentino y las juventudes políticas estuvieron mezcladas en un mismo y fugaz pogo. Era el “Festival del Triunfo Peronista”.
Salgan al sol
El 11 de marzo de 1973, el triunfo de Cámpora significó la interrupción de casi dos décadas de golpes de Estado y democracias proscriptivas. Detrás suyo había muchas cosas y entre ellas una juventud militante que veía en ese proceso el camino definitivo hacia la “Patria Liberada”. Se trataba tal vez del punto más alto de una transformación que no se daba de manera unívoca. Casi en paralelo, el rock argentino abandonaba su cueva y se convertía también en un movimiento masivo. Los festivales BA Rock habían dado el puntapié y ahora las bandas metían más de 15.000 personas en el Velódromo. Miguel Grinberg, conductor de “El son progresivo”, el primer programa de radio de la historia argentina dedicado al rock, organizaba “encuentros entre músicos y público” en el Parque Centenario y lo llenaba de corazones vitales. Eran los años de Manal, Vox Dei, Almendra, del rock hasta que se ponga el sol. De un espíritu de época que hacía girar al mundo.
Sin embargo, estos dos grandes aglutinadores de la juventud argentina transitaban senderos distintos. “Era un momento muy fuerte de la movida rockera pero como episodio individual, no era furgón de cola de ninguna organización política”, recuerda hoy Grinberg. “El rock, sobre todo en la izquierda universitaria, era muy resistido. Era considerado musica extranjerizante, era el imperialismo yanqui, y los troscos, más que nada, tenían una fijación ideológica muy fuerte al respecto”.
Por supuesto esa “lucha de valores” tenía sus excepciones y algunos compartían banderas. Además de La Banda del Oeste o el histórico compañero Lito Nebbia, estaba por ejemplo Roque Narvaja que un año antes había metido las patas en la fuente y editado su disco Octubre (mes de cambios). O Miguel Cantilo, autor con Pedro y Pablo de himnos como La marcha de la bronca o Apremios ilegales, que en ese mismo 1973 compuso La leyenda del retorno, un tema de psicodélicas referencias peronistas. O Spinetta, también, que había tenido su accidentado paso por las Juventudes Argentinas por la Emancipación Nacional, una orga donde también militaron Galimberti, Chacho Álvarez y Carlos Grosso y que dejaría la famosa y cuestionada anécdota del porro, el plenario y la expulsión. Sin embargo uno y otro movimiento estaban lejos de aceptarse como iguales.
“Implícitamente, la mayoría de los músicos de rock tomaban distancia de los grandes relatos revolucionarios de la época”, apunta Osvaldo Baigorria, escritor, periodista y otro testigo privilegiado de la escena. “El rock primero no se llamaba nacional sino progresivo y no albergaba en su interior términos como antiimperialismo, que era tan caro a la izquierda nacional o internacionalista. Pero además estaba la cuestión del discurso del amor y la paz que tampoco tenía mucho que ver con los relatos de las organizaciones armadas, de modo que en cierto punto había dos sustancias diferentes: una, la del rock, exaltando la libertad individual o personal, y otra, la de la militancia que era más una exaltación del sacrificio y de la lucha por un futuro”, afirma Baigorria. Años más tarde, esa diferencia, al momento de santificar, actuaría también como condena: el rock argentino sería considerado pionero pero apolítico. Una suerte de pic-nic florido en medio del matadero.
Llegó el cambio
Sin embargo, el rock y la militancia tendrían su punto de encuentro en 1973. Luego del triunfo de Cámpora, un sector de la JP pensó en un acto masivo de celebración. Para eso contactó a Jorge Álvarez quien a través de su sello Mandioca producía a bandas claves como Sui Generis, Manal o Pappo’s Blues. Grinberg nos narra la tarde en que comenzó a gestarse el acto. “Fui testigo de una conversación entre el productor Oscar López, Billy Bond y Álvarez acerca de esa iniciativa de la JP de organizar un festival para darle una cosa de alcance juvenil a la celebración. Entonces se formó entre nosotros un consenso de que esa era una buena oportunidad para que, en cierta medida, el rock argentino sacara carta de ciudadanía en un momento donde, según mi interpretación, más que el triunfo peronista se celebraba el cierre de un ciclo militar”.
La supuesta afinidad entre Álvarez y el peronismo, por esos años, sería interpretada por el propio Billy Bond: “Eramos todos peronistas y Jorge Álvarez especialmente. Por eso la tapa de Pidamos peras a Mandioca (un mítico compilado de rock de 1970) es una gran pera… es un Perón. La pera era Perón y nadie lo entendió. El gran Perón. Nosotros teníamos una forma de contestar a la represión diferente a la de otros músicos de rock nacional. De alguna manera, en 1970, Perón era lo contrario a lo que había y, en ese momento, te identificabas ideológicamente. Era una toma de posición, para saber de qué lado estabas: del lado de la represión o del otro. Todos nosotros, consciente o inconscientemente, estábamos del otro lado”, aseguraría tiempo después, describiendo ese espíritu que, contra los prejuicios que lo suponían desinteresado y superficial, politizó al rock durante esos años intensos. “El rock no era un apéndice y los que tenían alguna afinidad ideológica tampoco usaban al rock como vehículo”, describe Grinberg y agrega: “Pero había una denominación, una suerte de solidaridad anímica. Yo me acuerdo que en uno de esos días, delante del Centro Cultural San Martín, pasó un camión con gente tocando el bombo y gritando, y del camión estaba colgado Spinetta. Era como la recuperación de la democracia”.
Pequeñas anécdotas sobre las instituciones
Todo esa solidaridad anímica confluiría finalmente el 31 de marzo en el “Festival del Triunfo Peronista”. Sería una celebración enorme aunque problemas técnicos y un clima gorila impidieron que se desarrollara según lo previsto. Estaban anunciados Pescado Rabioso, Aquelarre, Sui Generis, Pappo’s Blues, Billy Bond y la Pesada, Litto Nebbia, Color Humano y otros, pero finalmente sólo pudo tocar La Pesada, con una formación descomunal que incluía a Kubero Díaz, Alejandro Medina, Jorge Pinchevsky, Isa Portugheis y el mismísimo Charly García en piano. Luego La Banda del Oeste subió y pidió un minuto de silencio por Evita, antes de dejarle el micrófono a Solano Lima. Cuenta la leyenda dos cosas: una que antes de subir a Billy Bond lo habían mareado con pedidos de menciones a Evita, después a Isabel, más tarde a Perón y Cámpora, y finalmente sólo a Perón. La otra, que después del discurso del vice, y mientras esperaban a que volviera el sonido, el líder de La Banda del Oeste, Diego Villanueva, aprovechó para “leer un pensamiento de Juan Domingo Perón sobre la juventud”. Corregidos los desperfectos técnicos, una lluvia feroz terminó con el festival.
Sin embargo más allá de lo accidentado, esas pocas horas alcanzaron para fabricar el hito. “Fue un aprovechamiento mutuo”, señala Baigorria. “Por un lado fue el primer aprovechamiento que hizo una organización política del rock, en el sentido de que empezaron a ver que tenía mucha llegada y mucha de la audiencia de los festivales efectivamente también tenían simpatía por las organizaciones políticas. Y por el otro los músicos vieron que era una oportunidad para tocar, pero además, siendo un tipo de cultura tan perseguida por todas las autoridades, sintieron que era la primera vez que desde un lugar de poder político se le daba un espacio. La JP quiso tender un puente para ese lado y los músicos aprovecharon”. A lo que Grinberg agrega: “Por primera vez el público de rock se juntaba con la juventud peronista en algo que no era una entrega del rock de brazos abiertos, ni tampoco un acto contra los militares, porque ya habían perdido el partido. Era una celebración de la libertad y de la juventud”.
Vida
A partir de 1983 la ablación de la militancia política en la forma en que se había desarrollado en los 60 y 70, y cierta institucionalización del rock, que le permitió ser narradora de una nueva cultura cívica -mientras por debajo construía sus propias napas de resistencia-, fueron tal vez algunos elementos claves que modificaron los términos de intercambio. Además, el post Malvinas parió definitivamente la relación entre la palabra rock y la palabra nacional. La FM Rock&Pop y su radicalismo light y poderoso a la vez harían en resto.
Con los años, desde los recitales en homenaje a las Madres, hasta las imágenes del rock reapropiadas por la militancia joven (mi único héroe en este lío, avanti morocha) o la voz del músico que reconoce su adhesión ya sea al movimiento nacional y popular, la izquierda o la lucha piquetera, lo cierto es que el rock y la política se redefinieron mutuamente al punto muchas veces de medir con la vara del otro el alcance de su propio accionar. El rock comprometido, el rock con mensaje, el músico en el spot de la época; hay un camino que la democracia construyó entre uno y otro, y que luego de haber sido recorrido tantas veces por el rock como validación y compromiso, también el Estado se animó a transitar en estos últimos y más frescos tiempos como forma de realimentar el sentido: desde los recitales en Casa Rosada hasta iniciativas como Maravillosa Música, un concurso estatal de bandas que une la formación ciudadana con la expresión cultural, -pero que pone en el centro de la escena la militancia territorial- y permite a jóvenes de todo el país subirse al escenario y difundir su música, en el marco de una política pública.
Por lo demás, aquel “Festival del Triunfo Peronista” fue una suerte de excepcionalidad profética al tiempo que una celebración de la juventud en un proceso histórico, como siempre, más complejo que sus propias prefiguraciones. Pionero y sensible a la época, ambos, política y rock, sintieron que algo había en el aire. O como flashiaba Miguel Cantilo: Un par de recitales voy a dar / Antes de continuar / Olvidemos los rencores / Compañeros y señores / Con el gran jefe del ejército / Tengo que zapar,.(http://www.niapalos.org/)