Tengo el síndrome de Estocolmo,
con tu
corazón como
secuestrador y mis latidos como
víctima, deje que me
atacaras justo cuando
me estaba sintiendo
goleada hasta por
Corea del Norte.
Hoy te cuido el
sueño como tenor a su voz,
y te regalo días de pan
y rosas para
que recuerdes una
hermosa revolución
de amor.
Te escucho cantar y
me causa la misma sensación
de ovación que me
causa la sinfónica de Serrat; no
voy a escapar es hora
de arriesgar, no hay recompensas
ni devoluciones solo
la armonía de crecer de a dos
solo un sol que brilla
para los dos.